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(Edimburgo, 1850 – Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894). En la tumba de este escritor escocés, en una lejana isla de los mares del Sur a la que fue por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, «el contador de historias». Se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883) y su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Fue muy reconocido en vida y su escritura ha sido de gran influencia para importantes autores posteriores.
El escritor escocés se quejaba de que el público lector lo reconocía casi de forma exclusiva como autor de un solo libro, La isla de tesoro. La queja tenía algún fundamento, pues a pesar de ser cierto que R. L. Stevenson es bien conocido de los lectores por otras obras (por mencionar una tan sólo, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde), sin embargo, La isla del tesoro contiene una serie de elementos que han singularizado esta novela en la historia de las letras contemporáneas. Enumerar estos elementos no es tarea sencilla, porque se debe tener en cuenta que las sucesivas generaciones de lectores y las cambiantes condiciones han proporcionado diferentes contextos a la lectura de la obra. Sobresale entre aquellos elementos el hecho de que se trata de una obra juvenil a la que vuelve con gusto el lector adulto y sobresale, asimismo, que se haya mantenido con éxito, desde el siglo XIX al siglo XXI, la nostalgia por un mundo que propiciaba o posibilitaba la aventura. El lector juvenil ve reconocido su derecho a hacerse oír en el mundo de los adultos, mientras que el lector adulto regresa a una intensidad que se relaciona con un mundo irreal que conoció exclusivamente a través de la lectura de obras como La isla del tesoro.
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