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Malthus escribió esta obra para refutar el optimismo la época que lo vio nacer. Educado en la fe ilustrada de Rousseau, de quien su padre era admirador y amigo íntimo, el joven Malthus pronto descubrió que la realidad daba un rotundo mentís a la creencia en la capacidad ilimitada de mejora de la sociedad.
La locura de la Revolución francesa ponía en duda la perfectibilidad del hombre e incluso la propia idea de progreso. Junto a las luces de prosperidad de la Revolución industrial, aparecían muchas sombras: problemas en la producción de alimentos, subidas de precios, «leyes de pobres» que promovían la procreación irresponsable, que a su vez alimentaba el círculo vicioso de la miseria... Su tesis fue que la capacidad de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia solo lo puede hacer en progresión aritmética. Y dado que el ritmo de crecimiento de la población superaba, con creces, la capacidad de la sociedad de producir alimentos suficientes para abastecerse, el resultado, si nada lo impedía, sería inexorablemente hambrunas, conflictos y muerte. Este enfoque de Malthus motivó que Thomas Carlyle diese el nombre de ciencia lúgubre a la Economía. No obstante, a lo largo de los siglos este planteamiento inspiró a muchos intelectuales desde Charles Darwin y J. M. Keynes hasta nuestros días, como el informe Los límites del crecimiento del Club de Roma, la Agenda 2030 o las ideas del ecologismo más extremista, que emplea argumentos de Malthus para promover medidas eugenésicas como la esterilización.
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