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Wilde tenía la capacidad de meterse dentro del alma de las personas. Sus personajes, reales, animados o fantasmales, están cargados de “verdad”, de la esencia de lo que estamos formados cada uno de nosotros mismos. Leyendo sus historias, tenemos la oportunidad de conocernos un poquito más, de averiguar por qué somos como somos, por qué reaccionamos como lo hacemos. Leer a Wilde es aprender. Aprender a vivir, a través de los ojos de alguien que vivió con intensidad y que luchó toda su vida por encontrar el sentido final de todo.
«Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse», comentó en sus últimos tiempos. En 1891 escribe su única novela, El retrato de Dorian Gray, en dónde podemos encontrar la ironía, el ingenio, la elegancia y la estética que serán claves en el éxito de sus obras venideras. No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o están mal escritos. Eso es todo.
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